Por: ISABEL SANTAMARÍA PÉREZ
1. Generalidades
La
ciencia y la técnica han evolucionado de forma espectacular en los últimos
años. Como consecuencia de estos avances, las diferentes ramas del saber se han
ido especializando y diferenciando. Este hecho, junto con las innovaciones
científicas y técnicas, ha creado la necesidad de definir los lenguajes
específicos de cada uno de estos ámbitos especializados. Así, el apartado 2 de
este tema se centrará en cómo definir y caracterizar el lenguaje de la ciencia
y la técnica.
Probablemente
aquel elemento que mejor caracteriza los lenguajes de especialidad es el
vocabulario, cuya unidad básica es el término, unidad léxica constituida por
una denominación y un concepto. En consecuencia, los siguientes apartados se
dedican al estudio del léxico de la ciencia y de la técnica. El capítulo 3 está
dedicado a la constitución del léxico científico a lo largo de su historia. En
el capítulo 4 se intenta definir qué es un término, unidad representativa de
los lenguajes de especialidad compuesta por una denominación y un concepto. El
capítulo 5 analiza la formación de nuevos términos para denominar nuevos
conceptos y el capítulo 6, las relaciones entre denominación y concepto.
Finalmente, el capítulo 7 se centra en los procesos de normalización del léxico
científico y técnico.
2. Definición y
caracterización del lenguaje científico
Si
hablamos de lenguaje científico y técnico, el primer paso que tenemos que dar
es tratar de establecer los límites entre aquello que consideramos lenguaje
general y aquello que entendemos como lenguaje especializado.
Son
muchos los trabajos que han abordado la definición y las características de las
lenguas de especialidad especialmente en el último tercio del siglo XX (Sager,
1993; Lerat, 1997; Hoffman, 1998; Cabré, 1993, 1999) y aún sigue habiendo una
gran disparidad de criterios. Hay quienes opinan que el lenguaje especializado
es un lenguaje completamente distinto e independiente del lenguaje general.
Otros, en cambio, consideran que los lenguajes especializados son simples
variantes léxicas de la lengua común. Finalmente, la postura intermedia,
mayoritariamente aceptada, define los lenguajes de especialidad como una
variedad o registro funcional dentro del sistema general de la lengua
caracterizados por una temática específica, utilizados en situaciones de
características pragmáticas precisas, determinados por los interlocutores
(principalmente el emisor), el tipo de situación en que se producen y los
propósitos o intenciones que se propone la comunicación especializada.
Una
lengua de especialidad, por tanto, está constituida por un conjunto de
conocimientos morfológicos, léxicos, sintácticos y textuales que conforman el
conjunto de recursos expresivos y comunicativos que necesitan los especialistas
en una materia para desenvolverse de forma adecuada en el contexto profesional
de una especialidad. Así pues, se puede hablar de un lenguaje
científico-técnico determinado por la forma en que la comunidad de científicos
y técnicos emplea la lengua en el ejercicio de su profesión (Sevilla Muñoz 2003:
20).
Cuando
hablamos del lenguaje científico-técnico lo hacemos en singular, a pesar de que
el lenguaje de la medicina o de la química o de las matemáticas tienen sus
rasgos particulares, porque se observan unas características comunes como son
la precisión terminológica, la neutralidad u objetividad y la concisión,
propiedades que se reflejan en el empleo de unos recursos léxicos y sintácticos
determinados y ampliamente revisados en la bibliografía sobre el tema
(Alberola, 1996; Gutiérrez Rodilla, 1998; 2005; Alcaraz, 2003). Sin embargo, no
debemos olvidar que estas propiedades son tendencias o ideales, porque si se
lleva a cabo un análisis de las variedades textuales en el ámbito científico y
técnico se llega a la conclusión de que no son rasgos universales. De hecho,
Gutiérrez Rodilla (2004: 24-28) describe algunos elementos que figuran en el
discurso científico y que atentan contra estas características. Así, el grado
de precisión propio de los textos científicos queda en entredicho cuando se
incluyen frases donde predomina la vaguedad (“el fenómeno se repitió cierto
número de veces”, “los factores sociales que predisponen a la enfermedad, e
incluso la desencadenan, son muchos y complejos”) o cuando se usan metáforas y
comparaciones para explicar hechos científicos (“La sangre, unos cinco litros
de verdadera poción mágica, es el río de la vida, cerrado en una extensa red de
más de 1500
kilómetros de vasos sanguíneos, por donde navega un
ejército de células...”). Con respecto a la neutralidad del lenguaje
científico, los productores del texto se sirven de una serie de recursos
propios de la argumentación para convencer al lector (propuestas,
contrapropuestas, búsqueda de argumentos, obtención de conclusiones) que en el
lenguaje oral se refuerzan con la entonación, los gestos, etc. Incluso la
impersonalidad, propiedad señalada como rasgo característico fundamental en los
textos científicos y técnicos, representada lingüísticamente con el uso de
verbos impersonales, voz pasiva, plural de modestia, nominalización, etc., en
realidad es un mecanismo que sirve para persuadir al lector: aquello que se
está diciendo es un hecho tan objetivo y claro que no hay más remedio que
aceptarlo. Es necesario, pues, precisar y delimitar estas propiedades
atendiendo a la diversidad de géneros especializados según la función
comunicativa, la relación interpersonal entre los participantes en la
comunicación y la situación comunicativa, ya que se considera que el lenguaje
científico y técnico “es todo mecanismo utilizado para la comunicación, cuyo
universo se sitúa en cualquier ámbito de la ciencia, ya se produzca esa
comunicación exclusivamente entre especialistas, o entre ellos y el gran
público, sea cual sea la situación comunicativa y el canal elegido para
establecerla” (Gutiérrez Rodilla, 1998: 20).
Aunque
se tiende a pensar que el lenguaje científico es un lenguaje superespecializado
que elaboran los profesionales científicos para informar a otros colegas de sus
descubrimientos o avances, el lenguaje de la ciencia y de la técnica es mucho
más, porque dentro del uso que hacen de él los propios profesionales existen
diferentes situaciones comunicativas en las que ese lenguaje va cambiando. De
manera que se puede caracterizar el discurso científico en función de dos
variables:
-
el eje de la variación horizontal se
refiere a la temática y a la perspectiva con la que se aborda el tema. En
primer lugar, la temática especializada es una característica que define estos
lenguajes. Pero además de la temática habrá que tener en cuenta la perspectiva
desde la que se aborda (Cabré 1999: 162-170), ya que el conocimiento científico
puede ser tratado de forma trivial, sin atenerse a las estructuras conceptuales
del dominio y por tanto, como conocimiento general. Por ejemplo, un tema como
la ‘reproducción asistida’ se considera más especializado que el de la
‘restauración’, pero según cómo se trate puede ser más especializado el texto
que habla de restauración, ya que se trata de un artículo científico que el de
reproducción asistida que es un folleto publicitario de una clínica
especializada en este campo.
-
el eje de la variación vertical se
refiere a la intención y al nivel de especialización, fundamentalmente
determinados por el emisor. Un mismo tema especializado puede ser tratado de
diferente forma según las condiciones pragmáticas y el nivel de especialización
del texto. Así un texto que trate sobre el tratamiento de la celulitis no
tendrá el mismo grado de especialización si está dirigido a cirujanos plásticos
que si está dirigido a esteticistas. Atendiendo a ello, cabe distinguir entre discurso altamente especializado (con
distintos grados de especialización) dirigido a especialistas, el discurso medianamente especializado o
didáctico destinado al personal en formación y el discurso con bajo nivel de especialización o divulgativo enfocado
hacia el público general.
Por
tanto, la comunicación especializada requiere que su discurso se adapte a cada
situación comunicativa, a la cantidad de información compartida entre emisor y
receptor, a la finalidad del texto, al canal y al tema, que son los elementos
que permiten definir las lenguas de especialidad.
Como
conclusión, se puede decir que el lenguaje es una parte fundamental de la
ciencia, de tal modo que no se puede aprender una ciencia sin conocer el
lenguaje en el que esa ciencia se expresa. Cuando se aprende una ciencia, se
aprenden al mismo tiempo todos aquellos recursos lingüísticos, expresivos y
comunicativos que permitan el intercambio satisfactorio entre los especialistas
de una materia. Probablemente el recurso más llamativo y visible de los textos
específicos de las ciencias y las técnicas sean los tecnicismos, aquellas voces
y expresiones propias de una determinada ciencia que constituyen la
terminología de ese ámbito (terminología médica, terminología informática,
terminología del euro, etc.).
3. Historia del léxico
científico en español
El
lenguaje actual de la ciencia es el resultado de 2500 años de pensamiento
científico, desde el siglo V a. C., hasta la época actual. En él aparecen
términos griegos o latinos con siglos de existencia junto a otros que se están
formando en estos momentos. La procedencia de los términos se sitúa en primer
lugar en las lenguas clásicas –árabe y, sobre todo, griego y latín-. También
las lenguas modernas son una importante fuente de voces para la ciencia: el
francés, inglés, alemán son las más importantes: Hay, no obstante, un pequeño
grupo de términos procedentes de otras muchas lenguas por haberse realizado el
descubrimiento en concreto en sus países de origen.
3.1.
El mundo antiguo
Desde
la perspectiva occidental, se puede decir que el griego fue el idioma utilizado
para la ciencia durante toda la Antigüedad clásica. Si bien las civilizaciones
y pueblos anteriores habían hecho importantes descubrimientos, Grecia los
recibió y expandió, sobre todo a partir de la unificación que supuso el reinado
de Filipo de Macedonia que logró ascender el dialecto ático al rango de lengua
general. Surge así la llamada Koiné dialectos (lengua común) en la que escribieron
sus obras los principales autores de la Antigüedad clásica. Junto al
pensamiento científico surgiría la terminología.
Los
científicos se encuentran con el grave inconveniente de no disponer de términos
específicos para designar sus descubrimientos. Así que tendrán que utilizar
palabras del lenguaje llano, recurriendo a mecanismos analógicos basados en la
forma, función, etc. Así, glándula
submaxilar, será “bultos situados debajo de la mandíbula con forma de
bellotas”. Con el paso del tiempo muchos de estos vocablos adquirieron la
condición de tecnicismos, que se verán aumentados gracias a la flexibilidad de
una lengua tan rica en procedimientos de derivación como es el griego.
Cuando
Roma se convirtió en el centro de Occidente, muchos sabios griegos se
trasladaron a la nueva metrópolis, ejerciendo de maestros en las distintas
ramas del saber. De este modo, el griego continuó siendo la lengua del saber en
todas las provincias del imperio. Los primeros científicos romanos que
escribieron en latín continuaron sirviéndose de las denominaciones griegas para
referirse a las realidades del conocimiento científico-técnico, en oposición a
las latinas usadas en la lengua común. Con el tiempo el latín se fue imponiendo
en los ámbitos de especialidad, especialmente en el del derecho, el comercio,
la administración. Desmembrado el Imperio, la lengua latina fue adquiriendo
protagonismo hasta convertirse en el vehículo por excelencia para la
comunicación científica, si bien a partir del Renacimiento fue cediendo terreno
a las lenguas vulgares. En la Edad Media jugará también un importante papel
como vehículo transmisor del conocimiento y lengua de traducción el árabe.
3.2. El tránsito al Renacimiento
El surgimiento de las universidades en
el siglo XIII hizo que la enseñanza se basara en los comentarios de los textos
latinos, que poco a poco son oscurecidos por los comentaristas, perdiendo
protagonismo en detrimento de la cultura clásica. Con el Humanismo se intenta
recuperar a los autores clásicos y al latín que sirvió de base a sus textos.
También el lenguaje científico se “limpia” de interpolaciones árabes, menos en
los ámbitos en que los científicos musulmanes destacaron: matemáticas,
astronomía, etc. Paralelamente a la recuperación del latín se lleva a cabo la
dignificación de las distintas lenguas vernáculas de la Europa del
Renacimiento.
La
creación de términos en las lenguas vulgares fue uno de los retos a que tuvo
que enfrentarse la ciencia. En su huida del latín, los científicos intentan
servirse de palabras vulgares dotándolas de la precisión y de la univocidad
necesarias para sus propósitos. Bernardino Montaña de Monserrate (1551) compone
su Anatomía enteramente en lengua vulgar y adapta al castellano los términos
médicos latinos y griegos. Más lejos va Juan Valverde de Hamusco que consigue
elevar al rango de términos palabras absolutamente vulgares, recién salidas de
labios del pueblo: agallas, almendra,
molleja, ternilla, morzillos. Este proceder, a pesar de ser el más
valiente, no es el más aconsejable pues divide a las lenguas vulgares en cuanto
al uso de un lenguaje común para las disciplinas científico-técnicas. Como
sucedió con el alemán y el ruso, lenguas en las que se primó la traducción de
los términos clásicos, mientras que en las lenguas románicas y en inglés se
procedió a la adaptación.
Con
todo, en España, según López Piñero, entre 1474 y 1600, prácticamente el 100%
de las obras de navegación, metales, minerales, arquitectura, ingeniería, arte
militar, albeitería, caballería y caza están escritas en lenguas vulgares. Para
el resto de los saberes: 86% en agricultura, 75% en destilación y alquimia, 72%
en geografía, 64% en matemáticas, 56% en cosmografía y astrología, 55% en
historia natural, 45% en medicina y 21% en filosofía natural. El derecho se escribió
casi todo en latín y la historia casi toda en lengua vulgar.
En
general la lengua vulgar dominó en las materias aplicadas y en los enfoques
ajenos al mundo académico, mientras el latín se refugió en el ámbito académico
y en los sectores más teóricos. Así, por ejemplo, la filosofía se mantuvo más
apegada al latín y el español careció de un lenguaje filosófico propio hasta la
época del krausismo.
3.3. El mundo moderno y las lenguas de Europa
Podemos
decir que las bases para el desarrollo de la ciencia moderna se pusieron a
finales del siglo XVII, pero la crisis social política y económica en la que
estaba inmersa España impidió que tuviera lugar esa renovación científica al
mismo tiempo que en el resto de Europa. Habrá que esperar hasta el siglo XVIII
para que con ayuda de la Corona española se favorezcan los avances científicos.
Este hecho no debe sorprendernos porque con la llegada de los Borbones al
poder, especialmente de Carlos III, en la segunda mitad de siglo tiene lugar un
proceso de modernización institucional y político, pero también un proceso de
renovación en el campo de la ciencia que saldrá de los límites de los
monasterios y universidades y será objeto de interés social y público (Azorín y
Santamaría 2004). De este modo se impulsa el estudio y la investigación
–siempre apoyada por la propia institución monárquica– de todos aquellos campos
que puedan servir para lograr los objetivos ideológicos de la Ilustración: se
favorece el estudio de las ciencias experimentales como la física, la química,
la botánica, la historia natural, etc. –todo aquello que permite un mejor
conocimiento del mundo que nos rodea– o el estudio de la medicina, porque el
conocimiento del cuerpo humano y las enfermedades puede ayudar a obtener la
felicidad y el bienestar del hombre o el desarrollo de la marina, “útil a las
naciones para afirmar su poder y mantener su respeto, como necesaria para
adelantar la geografía, y facilitar la civilización de todos los habitantes de
nuestro globo, separados por mares inmensos de su recíproco trato y
comunicación”. Habrá
que esperar al siglo XIX para que se desarrolle alguna industria y se produzcan
algunos avances en los campos de la agricultura, la alimentación y la farmacia
en nuestro país.
Desde el punto de vista lingüístico,
en esta época el triunfo de las lenguas vulgares es ya un hecho imparable.
Desde el s. XVII, no obstante, asistimos a la hegemonía del francés, lengua que
pretende llegar a ser universal en el campo de la ciencia y del pensamiento. En
España la presencia de galicismos provenientes sobre todo de las traducciones
de obras francesas desata las alarmas entre los puristas y los científicos se
tienen que enfrentar con el problema de la falta de equivalentes en español
para todas las realidades fruto de los avances del conocimiento que,
naturalmente, venían de fuera. Así, Martín Martínez se enfrenta a Manuel de
Porras acusándole de usar un léxico culto y afrancesado en sus escritos
médicos, su propuesta es volver al léxico del Renacimiento donde los términos
en lengua vulgar eran idiosincrásicos.
Las
carencias de léxico científico-técnico llevaron a Terreros a confeccionar su
Diccionario[2], rico en
términos de casi todas las ramas del saber y de los oficios y artes liberales.
Así, el diccionario del jesuita se puede considerar el punto de partida de la
terminología científica y técnica, pues se trata del primer diccionario con
vocación científica, el primero en recoger numerosos términos de todas las
ramas de las ciencias y de hecho, esta obra proporciona en muchos casos la
primera documentación de que se dispone en castellano. También el primer
repertorio académico –Diccionario de Autoridades (1726-1739)[3]– incorporó
numerosas voces de especialidad, aunque no fuera su propósito y siempre en una
proporción menor que el diccionario del padre Terreros. Pero, es al finalizar
el siglo XVIII cuando surgen de manera profusa todo un compendio de obras de
carácter enciclopédico, científico o técnico en español (Aguilar Piñal
1981-1995), la mayoría adaptaciones de obras publicadas en el extranjero,
especialmente en Francia.
En
el siglo XIX el francés fue perdiendo importancia, aunque la conserva en
algunos ámbitos, a favor de otras lenguas de Europa como el alemán o el inglés.
Para el español el panorama no es muy favorable, pues el despegue industrial y
tecnológico de los países vecinos coinciden con el estancamiento de España, por
lo que se sigue dependiendo de la tecnología y de los tecnicismos procedentes
de fuera una vez más. Aunque la Academia de Ciencias, fundada en 1848, se propuso
como algo prioritario confeccionar un diccionario tecnológico lo antes posible
que no apareció hasta un siglo después.
A
principios del XX se retoma la idea de la lengua universal (esperanto, p. e.)
como medio de eliminar las barreras para la comunicación científica, aunque
pronto se pierde el entusiasmo al considerarlo una utopía.
A
partir de los años 30 comienza la fuga de cerebros a América con lo que el
protagonismo de Europa en los ámbitos científicos decae considerablemente y
comienza el predominio del imperio americano y del inglés como lengua universal
para la comunicación en los ámbitos internacionales. Ya en las últimas décadas
del XX, el continente asiático comienza a emerger como potencia industrial y
tecnológica.
4. El léxico
científico y técnico. La unidad terminológica: denominación y concepto
Como hemos adelantado, el vocabulario es
el elemento más distintivo y caracterizador del lenguaje científico. Este
léxico crece a una velocidad vertiginosa en proporción con los nuevos
descubrimientos científicos y técnicos que se realizan. De ahí que sea
sumamente difícil establecer el número de palabras que son propias de una
especialidad científica o técnica.
Estas
palabras o unidades léxicas propias de las distintas especialidades o áreas
temáticas reciben el nombre de términos
y sirven para representar y transmitir los contenidos especializados de un
ámbito temático específico. Por ejemplo, en informática, ratón, barra de herramientas, menú; en medicina, amniocentesis, hipotiroidismo o en ciencias medioambientales, ecosistema, desarrollo sostenible.
Las
unidades que mejor representan y transmiten el conocimiento especializado son
las unidades terminológicas, objeto de estudio prototípico de la
terminología, porque es la unidad que expresa y comunica los temas
especializados de la forma más concisa, precisa y eficiente. Sin embargo,
existen otras unidades que también transmiten el conocimiento especializado
como elementos no lingüísticos (símbolos, fórmulas, etc.) y otros elementos
lingüísticos: unidades inferiores a la palabra como prefijos y sufijos (cardio-,
-itis) o unidades superiores a la palabra como fraseología (transferir
dinero, practicar una intervención, se levanta la sesión), las cuales se
conocen como unidades de conocimiento
especializado (UCE) (Freixa, Lorente y Tebé, 2005). La disciplina de la
Terminología se ocupa de estas unidades tanto desde un punto de vista teórico,
estudiando la relación que se establece entre los conceptos y su representación
por medio de estas unidades, como desde un punto de vista práctico, mediante la
recopilación de estas unidades en diccionarios, bases de datos, etc. para
lograr su normalización (Gutiérrez Rodilla 2005: 28).
Si
se parte de una teoría de la terminología de base comunicativa (Cabré 1999), se
debe partir de la descripción de las unidades terminológicas que aparecen en
los textos especializados para poder observar cómo se usan y funcionan en su
contexto natural. Las unidades terminológicas forman parte del lenguaje natural
y de la gramática de una lengua. No son unidades que formen parte de un sistema
léxico diferente, sino que son unidades léxicas que en determinados contextos
activan un significado especializado. Los términos no son muy distintos de las
palabras desde el punto de vista formal o semántico; pero se
diferencian de ellas si se consideran criterios pragmáticos o comunicativos, ya
que el rasgo más característico de las unidades terminológicas, en contraste
con el léxico común, consiste en que sirve para designar los conceptos propios
de las disciplinas y actividades de especialidad.
Los
términos, como las palabras del léxico general, son unidades sígnicas
distintivas y significativas al mismo tiempo, que se presentan de forma natural
en el discurso especializado. Poseen una variante sistemática (formal,
semántica y funcional), puesto que forman parte de un código establecido, y una
variante pragmática, puesto que son unidades usadas en la comunicación
especializada para designar los objetos de la realidad (Cabré 1993: 169).
De
acuerdo con la norma DIN 2342 (1986: 6) se define “un término, como elemento de
una terminología, es una unidad constituida por un concepto y su denominación”.
El concepto se define, en dicha norma (op. cit.: 2), de la siguiente
manera: “es una unidad del pensamiento que abarca las características comunes
asignadas a los objetos”. La denominación es (op. cit.: 5) “la
designación, formada por un mínimo de una palabra, de un concepto en el
lenguaje especializado”.
Las
denominaciones sirven para designar tanto objetos materiales (coche) como objetos no materiales (altura). En ambos casos la
representación mental vinculada al término es una abstracción, esto es, una
generalización basada en las experiencias que tenemos con el mundo que nos
rodea. Así, los conceptos de coche y altura representados por sus
denominaciones correspondientes, no se refieren a un coche determinado o a una
altura determinada, sino que nuestro conocimiento de un gran número de objetos
individuales que comparten determinadas propiedades nos lleva a la síntesis
generalizada por medio de los conceptos de coche
y altura.
En
cuanto a la formación de conceptos es un proceso que consiste en la agrupación
y ordenación de los objetos materiales e inmateriales que percibimos o
imaginamos en categorías abstractas. En primer lugar, se identifica en nuestro
entorno un número de objetos individuales que poseen unas características
comunes y a continuación, se abstraen algunas de estas propiedades para llegar
a tipos de objetos. De este modo, se diferencia claramente entre las unidades
conceptuales propiamente dichas y los objetos de la realidad que representan
los conceptos (Sager 1993: 47). Así, los conceptos, que son representaciones
mentales de esos objetos, son fruto de un proceso de selección de las características
relevantes que definen una clase de objetos y no objetos individuales.
Utilizando un ejemplo de Sager (1993: 46) identificamos a ciertos animales con
un número de rasgos comunes y los agrupamos bajo la etiqueta conceptual de gato.
5. La creación
terminológica
En la
comunicación del contenido especializado el léxico desempeña un papel fundamental, ya que es uno de los indicadores
más relevantes de la temática del texto. Un texto de tipo científico y técnico
se caracteriza sobre todo por su densidad léxica y por la abundancia de
términos especializados.
Uno
de los principales problemas es delimitar qué es un término y establecer los
límites entre término y palabra debido al continuo trasvase de unidades léxicas
entre lengua general y los lenguajes de especialidad, y viceversa. Por un lado,
como señala Cabré (1993: 167), la extensión de los medios de comunicación de
masas y la democratización de la enseñanza ha favorecido la divulgación de las
materias especializadas y la difusión de las terminologías correspondientes. Es
raro el día en que los medios informativos no ofrezcan noticias de interés
científico, por lo que un hablante medio está familiarizado con palabras como clonación, telecomunicaciones, procesador de
textos, gen, opa, etc. Por otro lado, también se produce ese trasvase de
términos de la lengua común a los lenguajes especializados: es la terminologización (Cabré 1993: 168), el
paso de palabras de la lengua general a los distintos ámbitos especializados
con un significado preciso (en informática, ventana,
ratón). También puede darse un trasvase de unidades de una lengua de
especialidad a otra, con el consiguiente cambio de significado (virus en microbiología y en
informática). Este
continuo movimiento de términos es fundamental por ejemplo para la elaboración
de obras lexicográficas, pues por ejemplo en un diccionario de lengua deberían
aparecer aquellos tecnicismos que han pasado a formar parte de uso cotidiano.
Si partimos de los textos producidos por los especialistas de una materia encontramos
que hay un núcleo de unidades léxicas que son del dominio exclusivo de los
profesionales del área de conocimiento respectiva (idiotipo opsonización,
gesneriáceo, coledoquitis);
términos que son palabras totalmente integradas en el uso común (corazón,
ansiedad, fiebre) y unidades terminológicas que pueden ser conocidas por
hablantes no especialistas dependiendo de su nivel cultural y sus circunstancias personales (amniocentesis,
glucosa, hipertiroidismo).
Autores
como Vangehuchten (2005) diferencian entre léxico técnico y léxico subtécnico.
El léxico subtécnico de una materia son las unidades del vocabulario común que
se pueden usar con carácter general, pero que también se usan en distintos
ámbitos de especialidad, aunque con un alcance conceptual más general y difuso
que los términos tales como fusión,
absorción, inflación, inversión, etc. Esta distinción en la visión actual
de la terminología carece de sentido, puesto que una unidad léxica no es per
se término, sino que adquiere ese valor y significado especializado en un
determinado contexto. De manera que inversión en un contexto económico
nada tienen que ver con su significado en un contexto general.
Cada
día aparecen muchos términos o tecnicismos en los diversos ámbitos científicos.
Los lenguajes especializados no pueden limitarse a dotar a las palabras del
lenguaje común de contenidos conceptuales especializados. En muchos casos, es
necesario asignar denominaciones nuevas a los conceptos nuevos. Generalmente la
lengua prefiere crear palabras nuevas a partir de elementos lingüísticos ya
conocidos. Se distingue así (Guerrero Ramos 1995: 17-24):
-
la neología de forma, donde el
significante y el significado son nuevos; es decir, se crea una palabra nueva.
-
la neología semántica o de contenido,
donde se atribuye un sentido nuevo a una palabra ya existente.
-
el préstamo, donde se toma una
palabra de otra lengua.
Existen,
además, otros procedimientos neológicos que poseen un grado de productividad
muy limitado en el ámbito de los lenguajes especializados. En general, son
contados los casos de creaciones ex
nihilo, palabras inventadas “de la nada”, sin ningún tipo de motivación
como gas o quark y muy escasas las onomatopeyas, aquellas que imitan a través
de su forma fónica los sonidos de la naturaleza como borborigmo ‘Ruido intestinal producido por la mezcla de gases y
líquidos‘. En cambio, otros recursos formadores como la derivación, la
composición, la metáfora, etc. tienen un alto rendimiento a la hora de crear
nuevos términos.
Los
lenguajes de las distintas especialidades disponen, como vemos de forma
esquemática, de los mismos recursos léxicos que el lenguaje común. Sin embargo,
los lenguajes especializados se basan en distintos criterios a la hora de
aplicar esos recursos y formar nuevos términos.
5.1. Neología de forma
Por
neología de forma se entiende todo
proceso de ampliación del léxico que suponga la aparición de nuevos
significantes para nuevos significados en la lengua de que se trate. Son
aquellos en los que se obtiene un término nuevo mediante la modificación de su
base léxica, sea por combinación o por truncación, pero siempre a partir de
elementos ya existentes en la lengua.
a) Derivación:
Consiste en la adición de afijos a la base léxica. Hay tres tipos:
- Derivación por sufijación: coronación, nitroso, digitalizar
- Derivación por prefijación: antefirma, microprocesador, hipertrófico
- Derivación mixta: reestructuración
b)
Composición: Consiste en la combinación de dos o más bases léxicas. Puede ser
la combinación de lexemas actuales, de lexemas históricos o una combinación
híbrida de lexemas actuales e históricos.
- Composición patrimonial: portaobjetos,
cuentacorrentista, bajamar, cortafuegos.
- Composición culta: genoteca,
dermatitis, galactolípidos
- Composición híbrida: cinéfilo,
ecoproducto, fotoacoplador
c)
Sintagmación: Se basa en la formación de una nueva unidad a partir de una
combinación sintáctica jerarquizada de palabras.
-
NA: polea móvil, base liquidable, producto ecológico
-
AN: falsa escuadra
-
NAA: materia prima mineral, campo gravitatorio terrestre
-
NN: balón sonda, niño probeta
-
NPN: pacto sobre costas, capa de ozono, punto de fusión
-
Eponímicos: ley de Gauss, efecto Joule
-
Con siglas: síndrome de VIH, colesterol de HDL
d)
Truncación: Consiste en la
reducción de una unidad lexemática a alguna de sus partes.
- Siglas: Unidades formadas por la
combinación de la letra inicial de diversas palabras que forman parte de una
expresión más larga. Ej.: OMS
(Organización Mundial de la Salud); RITERM
(Red Iberoamericana de Terminología).
- Acrónimos: Palabras formadas por la
combinación de segmentos (generalmente dos) de un sintagma desarrollado. Ej.: informática (información automática); tergal (poliéster galo).
-
Abreviaciones: Son unidades utilizadas por economía en el discurso. Ej.: tele; busca; móvil.
Como
hemos visto, existen diversos procesos y recursos de formación léxica. El
procedimiento más habitual para la creación de tecnicismos es recurrir a los
formantes cultos grecolatinos (raíces, prefijos y sufijos) que se unen mediante
mecanismos de composición y derivación tales como biosfera (bio- ‘vida’,
-sfera ‘esfera’), democracia (demo- ‘pueblo‘, -cracia ‘gobierno’). Otras
veces, aunque las menos, se utilizan palabras de la lengua general para la
formación de términos científicos, sobre todo para la creación de lexías
complejas como por ejemplo vientre en tabla, banco de datos, enfermedad de
la bofetada. En ocasiones, los términos complejos parten de nombres propios
para formar epónimos, tan frecuentes y típicos del lenguaje científico (síndrome de Down) o se utiliza un
elemento culto y una sigla (onco-R.N.A.-virus).
5.2. Neología semántica o de
contenido
Es
el resultado de añadir un significado a una unidad ya existente en la lengua.
Son los procesos basados en la modificación del significado de una unidad, con
objeto de crear una unidad diferente; esto es, se aprovechan palabras conocidas
que se completan con nuevos significados, porque las novedades que hace falta
nombrar son tantas que si hubiera que recurrir a nombres nuevos el vocabulario
de cualquier lengua sería innumerable, cambiante e imposible de aprender.
Sin
embargo, esto puede producir cierta ambigüedad e ir en contra de uno de los
principios generales defendidos sobre la univocidad semántica de los términos.
Pero los neologismos semánticos sólo son identificables a partir del contexto o
de una situación comunicativa concreta. Así, el término depresión pertenece a diferentes áreas temáticas como son la
geología, la economía o la psicología. Una frase aislada como “En las actuales
circunstancias una depresión sería desastrosa”, no puede ser interpretada
correctamente porque la información que proporciona el entorno oracional no es
suficiente y carece de apoyo del marco discursivo en el que se inserta o de la
situación comunicativa.
Este
proceso de dotar de un nuevo significado a una palabra ya existente se puede
realizar de dos maneras (Gutiérrez Rodilla 2005: 57-58):
-
Mediante la incorporación de
un nuevo sentido a una palabra del lenguaje cotidiano (terminologización). Por
ejemplo cuando tomamos la palabra ruido de la lengua común y adquiere un
significado especializado en el ámbito de la documentación.
-
Mediante el paso de un
tecnicismo de una rama del conocimiento a otra donde adquiere un nuevo
significado (código en derecho y en genética).
Gutiérrez Rodilla (2005:57) señala que
no existen normas a la hora de utilizar este procedimiento ni todas las áreas
científicas recurren a él. Lo que parece observarse es que en los inicios de un
área de conocimiento se recurre mayoritariamente a este procedimiento antes que
a la neología de forma.
Siguiendo
a Bastuji (1974), el mecanismo mediante el que se añade un nuevo significado a
una palabra ya existente se debe a un proceso de transferencia (metáfora o
metonimia), generalmente un proceso analógico; esto es, se realiza una
comparación entre los dos términos y se establece una semejanza formal,
funcional o de otro tipo.
Ala:
a)
biología (ornitología): ‘parte del cuerpo de algunos animales, de que se sirven
para volar’.
b) aeronáutica: ‘cada una de las partes
que, a ambos lados del avión, presentan al aire una superficie plana y sirven
para sustentar el aparato en vuelo’.
El
mismo Bastuji (1974) señala otro tipo de neología que consiste en el cambio de
categoría gramatical de un elemento o en un cambio en su función. Aunque no es
muy frecuente en el lenguaje científico, hay algunos adjetivos que empiezan a
funcionar como sustantivos tales como analgésico, anticoagulante o un
nombre propio como nombre común, un alzheimer.
5.3. Neología de
préstamo
Se
trata de la única modalidad externa al sistema; esto es, que no utiliza los
recursos productivos de la propia lengua. Cuando hablamos de préstamo nos
referimos a la incorporación de unidades léxicas de una lengua a otra. Desde el
punto de vista de su integración en la lengua receptora, el préstamo puede
clasificarse en:
-
palabras-cita: Se trata de los
préstamos que no han sufrido ningún tipo de alteración. Tradicionalmente se han
llamado extranjerismos, pues conservan su significante y significado
originarios: píxel, byte, kit, holding,
stock-options.
-
palabras adaptadas: Son los préstamos
que han sufrido cierto grado de adaptación a la lengua receptora, tanto en el
plano fónico como en el grafemático: tráiler
(del ingles triller) o cruasán (del
francés croissant).
-
híbridos: Son voces derivadas de
préstamos anteriores como zapear de zapping o escanear de scanner.
También son híbridos los elementos creados a partir de una base autónoma con un
procedimiento derivativo importado: puenting.
Como
la mayor parte de la investigación científica tiene lugar en Estados Unidos,
muchos conceptos nuevos se crean y se nombran en inglés. Puede ocurrir que se
recurra a los formantes clásicos para la creación de la nueva palabra, lo cual
no atenta nuestro sistema léxico pues recurre a los mismos procedimientos de
formación. Esto explica el alto porcentaje de términos comunes o parecidos
entre varias lenguas (esp. amanesia;
ing. amnesia; fr. amnésie; cat. amnèsia; al. Amnesie). En
otras ocasiones se recurre al patrimonio léxico inglés para la creación de
tecnicismos, generalmente formando una unidad léxica compleja que se suele
traducir dando lugar a un calco como birth control ‘control de
natalidad’, family planning ‘planificación familiar’.
Por
último, el préstamo, como cualquier neologismo, puede considerarse necesario,
si designa una realidad nueva procedente de una cultura ajena a la receptora;
en este caso se trata de préstamos
denotativos, muy abundantes en los lenguajes de especialidad. Pero, el
préstamo también puede ser innecesario desde el punto de vista denotativo, por
existir en la lengua receptora una palabra equivalente de origen interno; en
este caso, los préstamos tienen una función estilística o connotativa. Es el
caso de pin frente a insignia, cómic frente a tebeo o póster frente a cartel.
6. Relaciones entre denominación y concepto: sinonimia,
polisemia y homonimia
Es un hecho que el hombre trata de
aprender la realidad, de comprender y explicar los hechos y los objetos que la
componen. Al proceso de percepción le sigue otro de abstracción en que se
elaboran los conceptos para, finalmente, otorgarles un nombre. Pero ¿cómo se
relacionan después nombre, concepto
y objeto? Del equilibrio en las relaciones que se establezcan entre las
distintas vertientes de los términos surgen las características o propiedades
que sirven para describirlos. Estas son:
1. Precisión:
Es la primera característica de los términos, cuya
consecuencia es la falta de ambigüedad. Esto implica que su significado es más
independiente de los contextos en que aparecen que el resto de las palabras. La
fuerza que tienen los términos como soporte de las ideas se sustenta en que
ésta procede de esas ideas y no de las condiciones de la comunicación. En eso
se diferencia de las palabras de la lengua estándar. La precisión permite la
traducción de una lengua a otra sin que haya problemas de comprensión.
Para que los términos
tengan precisión se han de cumplir las siguientes condiciones:
a) que su significado esté delimitado de antemano: para ello es
necesario que se establezca su definición para que se fije el concepto que
representa por relación con otros ya conocidos o ya definidos.
b) que tal significado sea monosémico,
para ello la denominación empleada ha de referirse a un único concepto y no
debe tener sinónimos (no deben existir más de dos denominaciones para el mismo
concepto).
c) que la relación que se
establezca entre los términos dentro del sistema sea la misma que se establezca
entre los conceptos, los cuales no son elementos aislados, sino que se integran
en un sistema ordenado y delimitado por las relaciones que mantienen unos con
otros, ya sean relaciones lógicas, ontológicas, de causa-efecto, etc.
2. Neutralidad
emocional: En el uso de los términos deben evitarse
los valores afectivos, tan corrientes en el lenguaje común. Las ciencias que
tienen más relación con la vida de los hablantes tienen más difícil evitar esta
cuestión. Por ejemplo, en medicina, es frecuente que los términos
originariamente neutros se tiñan de valores emocionales: histeria ha
pasado del ámbito médico al terreno del insulto.
3. Estabilidad: Los
términos mantienen una cierta estabilidad a lo largo del tiempo, pero el avance
que experimenta la ciencia hace que deban revisarse periódicamente. Fruto de
ese avance es el cambio de significado que sufren muchos tecnicismos al superarse
las teorías que les dieron soporte. En estos casos, los términos son
sustituidos por otros, quedando los anteriores en la historia de las
disciplinas respectivas.
Los
términos deberían poseer las rasgos que acabamos de enumerar; sin embargo, en
la realidad surgen numerosos problemas al incumplirse dichas características.
Durante años se ha concebido los términos como unidades unívocas (la relación
entre forma y concepto es única) y monorreferenciales (un término sólo designa
un objeto).
En terminología se
exige que la adscripción lingüística permanente sea biunívoca, empleando un
término usado en matemáticas. Esto significa que, en principio, un concepto
está adscrito a una sola denominación, y viceversa (…). Por lo tanto, no
debería haber denominaciones ambiguas (homonimia y polisemia), ni
denominaciones múltiples para un mismo concepto (sinonimia) (Wüster 1998: 137).
Pero si se observa la
relación entre la forma y el contenido, la correspondencia entre ambas partes
no suele ser unívoca sino múltiple; una forma puede ser portadora de varios
significados (polisemia) y un concepto puede ser denominado por varias formas
(sinonimia). Así lo expresa Cabré (1999) cuando introduce el principio de
variación de acuerdo con la realidad de los usos terminológicos:
Todo proceso de
comunicación comporta inherentemente variación, explicitada en formas
alternativas de denominación del mismo concepto (sinonimia) o en apertura
significativa de una misma forma (polisemia). Este principio es universal para
las unidades terminológicas, si bien admite diferentes grados según las
condiciones de cada tipo de situación comunicativa
6.1. Sinonimia
Se habla de sinonimia cuando a un concepto le
corresponde dos o más denominaciones que se pueden intercambiar de forma
arbitraria. En
sentido amplio, dos unidades son sinónimas cuando designan un mismo concepto.
Por tanto, hay sinonimia:
a) entre una denominación y su definición
b) entre una denominación y su ilustración
c) entre
denominaciones de diferente lengua funcional (recinto penitenciario-prisión-chirona)
d) entre
denominaciones alternativas de la misma lengua histórica (presión de vapor-presión de saturación-tesión de vapor).
En terminología sólo se considera sinónimas las
unidades formales, semánticamente equivalentes, que pertenecen a una misma
lengua histórica y, dentro de esta, las que pertenecen a la misma variedad
funcional. Si en el ámbito de la lengua general es
discutible la existencia de sinónimos absolutos, en el de los lenguajes
científicos resulta perfectamente posible, ya que en los términos predomina el aspecto denotativo y no los
aspectos connotativos o estilísticos.
Desde una teoría comunicativa de la terminología, se
pasa a nombrar el fenómeno de la sinonimia con una denominación más amplia, variación
denominativa, porque en ella tienen cabida las variaciones léxicas,
ortográficas, morfosintácticas, etc.
Es frecuente que en
los momentos iniciales del proceso de formación de la terminología de algún
ámbito especializado se acuda de manera simultánea a diversos mecanismos
neológicos: surge así la doble designación que, con el tiempo, puede reducirse.
Ej. nave espacial, cosmonave; ofimática, burótica; esteatoma, lipoma; oftalmólogo,
oculista, etc.
Entre las causas más
frecuentes de la variación denominativa se encuentran (Freixa 2002):
a) Causas estilísticas: La búsqueda de la
creatividad, énfasis y expresividad justifican la mayoría de las variaciones
denominativas dentro de un texto, sobre todo la necesidad de evitar la
repetición.
b) Causas dialectales: Se refiere a la existencia de distintas
denominaciones para un mismo concepto en una lengua hablada en distintos
países. Además, los términos, especialmente de las áreas técnicas, están
sujetos a la variación cronológica por la rapidez con que se inventan o crean
nuevos conceptos y a la variación social, por la diversificación profesional de
los usuarios de una misma terminología.
c) Causas funcionales: Factores relacionados con los diferentes
usos que se pueden establecer a partir de los parámetros canal, tema, tenor
funcional y nivel de formalidad condicionan la variación denominativa,
especialmente el último, porque un emisor puede variar sus denominaciones de
acuerdo con el nivel de especialización del receptor según el nivel de
formalidad de la situación comunicativa.
d) Causas sociolingüísticas, como por ejemplo la
coexistencia entre términos viejos y nuevos mientras dura el proceso de
estandarización. Pero la más importante es que los especialistas prefieran
utilizar una forma lingüística de otra lengua por prestigio, por eficacia
comunicativa, etc.
En las últimas
décadas es el predominio que el inglés americano ejerce como lengua principal
del trabajo científico, a lo que se asocia el desconocimiento de la lengua
propia de los investigadores e, incluso, el desprecio hacia ella que comparten
algunos traductores. Esto implica que, habiendo términos en español para
designar muchos conceptos, se introduzcan desde el inglés otros para nombrar lo
mismo, Por ejemplo, el término bursatil stock-option ha desarrollado
expresiones calcadas del inglés como opciones sobre acciones u opciones
de compra de acciones.
d) Causas cognitivas: La concurrencia de teorías
es uno de los orígenes de las diferentes conceptualizaciones para un mismo
concepto: que haya diversas escuelas que perciben y se representan la realidad
de forma diferente y la denominan también de forma distinta. Por ejemplo, la
unidad mínima con significado léxico ha recibido diferentes denominaciones como
raíz, lexema, morfema libre, etc.
Freixa (2005) establece
los siguientes tipos de variación denominativa:
a) Variación gráfica: residuos orgánicos /
RSU; materia orgánica total / MOT; mineralización del nitrógeno orgánico /
mineralización de NORG; sustancias no biodegradables / sustancias
no-biodegradables.
b) Variación morfosintáctica: residuo
industrial / residuo de industria; contaminación hídrica / contaminación de las
aguas; calidad del agua / calidad de las aguas.
c) Variación morfológica: lavaje de gases /
lavado de gases; condiciones climáticas / condiciones climatológicas.
d) Variación léxica: contaminación /
polución (unidades monoléxicas); prueba de germinación / test de germinación
(unidades sintagmáticas: alternancia de bases); aguas negras / aguas sucias /
aguas de alcantarilla / aguas residuales (unidades sintagmáticas: alternancia
de complementos)
e) Variación por reducción o elisión: sistema de depuración de gases
/ sistema de depuración; dióxido de carbono / carbono.
f) Otros tipos de variación: asistente
ecológico / ecoasistente; auditoría ambiental / ecoauditoría; tratamiento previo /
pre-tratamiento; aguas subterráneas / aqüífero
6.2.
Polisemia
Existe también la
posibilidad de que un único término se refiera a varios conceptos diferentes,
ya sean éstos semánticamente independientes o no. Por polisemia se entiende que
un término se emplea con varios significados distintos cuya relación es
reconocible.
Como se ha dicho en
otro apartado anterior, un término no pertenece a un dominio especializado,
sino que adquiere su valor según el uso que se haga dentro de un área temática.
Por tanto, el valor semántico de un término se establece en relación al sistema
conceptual específico del que forma parte. En consecuencia, cada campo temático
es independiente y lo que para la lexicografía es un término polisémico, para
la terminología pasa a ser un conjunto de términos en relación de homonimia.
A) Lexicografía
secuencia f
Continuidad, sucesión ordenada. //2. Serie o sucesión de
cosas que guardan entre sí cierta relación //3. En cinematografía, serie de planos
o escenas que en una película se refieren a una misma parte del argumento. //4.
Prosa o verso que se dice en ciertas misas después del gradual. //5. Biol. Ordenación específica de las
unidades ordenación específica de las unidades que constituyen un biopolímero,
por ej., la de los aminoácidos en las proteínas.//6. Mat. Conjunto de cantidades u operaciones ordenadas de tal modo que
cada una está determinada por las anteriores’ // 7. Mus Progresión o marcha armónica’.
B) En terminología
solamente aparecerá la acepción correspondiente a cada área temática.
El fenómeno de la
polisemia es uno de los recursos más frecuentes para la creación de nuevas
unidades léxicas, basándose en la analogía entre dos conceptos que permite que
la denominación de uno pase a denominar el otro, creando un nuevo término sobre
la base de un parecido semántico parcial. A pesar de las diferencias de
significados, es posible reconocer entre ellos una relación conceptual, dado
que todas las acepciones comparten algunas características fundamentales del
concepto original.
nudo ‘punto de unión’
1) Botánica: ‘en algunas plantas y en sus
raíces, parte que sobresale algo y por donde parece que están unidas las partes
de que se compone; como en las cañas, bejucos, etc.’
2) Física: ‘punto de
una red en que se unen varios conductores’.
3) Informática:
‘punto en que se unen varias vías de comunicación’.
4) Marina: ‘cada uno
de los puntos de división de la corredera’.
5) Marina: ‘Unidad de
velocidad’
6.3.
Homonimia
Se habla de homonimia
cuando los términos se asemejan en su forma, pero los conceptos a los que se
refieren son totalmente diferentes.
La diferencia entre
polisemia y homonimia tiene un fundamento en la historia de las voces: la
primera supone la existencia de un significante que no coincide con ningún otro
y que ha adquirido varios significados. La homonimia, en cambio, supone la
existencia de dos términos dotados de significados diferentes pero que
coinciden en un mismo significante, situación creada por la convergencia, tras
un proceso de evolución, en una sola forma fónica de significantes diferentes.
La homonimia puede dificultar la precisión del discurso científico.
Como afirma Cabré
(1993: 218), este fenómeno es más frecuente en terminología que en el léxico
general por razones metodológicas y de principios teóricos. La terminología
considera cada campo de especialidad como un dominio cerrado y es, dentro de
cada campo, donde el término adquiere su valor específico. La lexicología,
concibe las palabras como unidades que forman parte del sistema léxico general
y por consiguiente, cada unidad léxica representa múltiples sentidos con
independencia del subcódigo temático del que forma parte. La terminología, en
cambio, concibe el sistema lingüístico global como la suma de todos los
subsistemas parciales; así, un término de un campo de especialidad que por
analogía dé lugar a otro en otra área temática, mantienen una relación de
homonimia.
7.
Normalización de los términos
El
progreso constante y acelerado de las ciencias y las técnicas obliga a una
creación permanente de denominaciones para designar los nuevos conceptos que
van apareciendo. Ese incremento de designaciones, a menudo de forma
descontrolada, puede dar lugar a una dispersión designativa que no favorece ni
garantiza la precisión comunicativa entre los especialistas.
Como
ya se ha dicho, la comunicación especializada, aunque comparte muchas
características con la comunicación general, requiere un nivel de precisión más
alto que la comunicación general, lo que requiere el uso de una terminología
precisa, concisa, estable y sin ambigüedad e implica que a cada concepto le
corresponde una denominación. Aunque esto es lo ideal, pocas veces en la
realidad se cumple pues las palabras suelen ser polisémicas y los significados
pueden ser expresados por formas alternativas. Por ello, para lograr una
terminología sin ambigüedad, que no ponga obstáculos al proceso de comunicación
entre especialistas, se hace necesario regularizar la terminología de las
distintas disciplinas y entrar en el proceso de normalización. Surgen así una
serie de instituciones con autoridad suficiente para fijar terminologías como
la Organización Internacional de Estandarización (ISO), creada en 1947
para “desarrollar normas universales que mejoren la comunicación y la
cooperación internacionales y reduzcan las barreras de los intercambios
comerciales a nivel internacional”. El Comité técnico 37,
denominado "Terminología: principios y coordinación", tiene a cargo
establecer los principios y métodos de la terminología. Su objetivo se concreta
en la 'estandarización de los métodos de creación, compilación y coordinación
de terminologías'.
El
resultado de un proceso de normalización es una decisión consensuada por una
comisión representativa, que se recoge en un documento llamado norma, en el que figuran los aspectos
acordados entre las partes y donde se especifican los ámbitos de aplicación. La
normalización permite reducir las distintas variedades de un mismo producto a
una sola, y esa simplificación facilita el intercambio comunicativo entre
especialistas, pues son ellos mismos los que han llegado a ese acuerdo: una denominación
para cada concepto bien delimitado.
Las
primeras actividades relacionadas con la normalización cuentan con una
tradición de varios siglos. Versalius (1514-1564), el fundador de la anatomía
moderna, puede ser considerado un precursor de los esfuerzos de normalización
actuales. En el siglo XVIII se inició el desarrollo sistemático de
nomenclaturas en el área de las ciencias naturales. Linneo (1797-1778) sentó
las bases de la nomenclatura botánica; en el ámbito de la química, realizó la
misma labor Berzelius (1779-1848). Ya desde el siglo XVII cuando, gracias a los
intercambios comerciales consecuencia de la primera industrialización, algunas
empresas comienzan a elaborar reglamentos de producción, primero de uso interno
y posteriormente de alcance más general para facilitar las relaciones de
intercambio (Manu 1984). Sin embargo, no se puede hablar de un trabajo
terminológico sistemático en sentido estricto hasta la segunda mitad del XIX.
El impulso se debe a la revolución tecnológica, que comenzó hacia la mitad del
siglo y que dio lugar a grandes progresos y descubrimientos tecnológicos que
había que nombrar. De manera que la coexistencia desordenada y caótica de
denominaciones para esos nuevos conceptos (p. ej. en cada estado alemán había
15 unidades de medida distintas para la resistencia eléctrica) daba lugar a
importantes equivocaciones. Así, se observa que una normalización de los
objetos puede ayudar favorablemente al progreso tecnológico; no obstante, esta
unificación de objetos y procedimientos no servían para nada si no se lograba
una unificación en la comunicación, con lo que se hacía necesario normalizar la
terminología.
Desde
hace poco parece que el uso de normalización entendida como estandarización o
fijación de una forma de referencia ha ido dejando paso a otra denominación
cada vez más frecuente: armonización
(Cabré 1999: 289).
Tradicionalmente
se ha concebido la normalización como una reducción a una norma, a un patrón de
referencia. Esta reducción, a pesar de ser fruto de una decisión consensuada,
es un acto que conduce a una situación forzada, que puede anular la diversidad
natural de los hablantes, pero que garantiza la comunicación profesional en
determinados registros formales. La armonización, en cambio, es un proceso que,
en lugar de reducir las posibilidades a uno, lo que hace es establecer
equivalencias fiables para las diferentes alternativas que se dan de forma
natural en el uso. En consecuencia, los procesos de armonización respetan la
diversidad denominativa natural, aunque pueden dificultar el proceso de
comunicación.
El objetivo final es siempre
garantizar la comunicación especializada. Si esta garantía se consigue
respetando las denominaciones más espontáneas, esta vía es preferible; por el
contrario, si la conservación de la diversidad denominativa puede dificultar la
comunicación, la vía de la normalización es la única que se puede considerar.
Así pues, un organismo normalizador puede tomar tres tipos de decisiones
respecto de un neologismo terminológico:
·
Aceptarlo, tanto si se trata de un
préstamo como de una creación léxica.
·
Rechazarlo.
·
Aceptarlo adaptándolo al sistema
lingüístico receptor.
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